28 marzo 2012

3 DE "TANHTAS" HISTORIAS

Por Falcón

Si el verdadero venció a la muerte, salió victorioso del infierno y rodó la piedra del sepulcro, no es nada para éste, hermosa imagen de Él tan venerada en estas tierras, escapar de las llamas de aquel prístino martes de carnaval en el que las palmas viejas en lugar de alabar lo abrasaban, convirtiendo todo alrededor en ceniza, polvo, nada. Ahí, en un simple vestíbulo tórrido detrás del templo, ocurre el milagro, -la vida toda es milagro vista con ojos de fe-, donde la pira no expira pero tampoco carcome, tampoco calcina, antes bien barniza, recubre, conserva. Admiración, curiosidad, lo novedoso primero, luego devoción, confianza, fe, amor, celo. Como cualquier milagro, primero de uno, dos, cuatro, en un reducido ámbito por la Turquía, -así le llamaban a aquel barrio, quizá por sus descendientes Otomanos, por su brujas, por sus cantos-, ahí se comienza a venerar la imagen del Cristo Vivo, luego ya en el antiguo templo, removiendo la piedra como en aquel sepulcro excavado en la roca de las afueras de Jerusalén, quita a Pedro del retablo central para ser Él, como lo es del Universo entero: Dueño, Señor, Patrón.

Corría el año de 52, llegué aquí por primera vez en un GMC de pasajeros, de los primeros que llegaron a México. Era un pueblo grande, vivo, con vientos de vida. El autobús comenzó a bajar la velocidad mientras comenzaban a aparecer a derecha e izquierda casa sobrias, fuertes, construidas de grandes adobes, con pequeñas y gruesas puertas de madera de dos hojas. Una, dos, en la tercera cuadra comencé a ver mucho movimiento de personas: señoras con bolsas de asa en la mano rebosantes de verduras y hortalizas traídas de Zamora, hombres de gruesos pantalones de manta blanca o de colores calzando fuertes, pero a la vez cómodos, huaraches tejidos, con sobreros de palma, muchos de ellos con bigotes y casi todos con una sonrisa franca en los labios. Vi también fuera de no pocas casas, secándose al sol grandes y frescos camotes. Por fin detuvo la marcha del camión, jaló fuerte con la mano izquierda una singular cadenilla y una trompeta en el exterior dejó oír un agudo y largo sonido. El cobrador, con su mugrosa bolsita de tela debajo de la muñeca de la mano derecha, y su gorrita azul, se volvió hacia el pasaje y con clara voy nos berreo: -¡TANHUATO, 5 minutos y no vamos!-.

-El día 2 de Mayo es la “bajada del Santo Cristo Milagroso”-, me dijo Lupita la sacristana un día que le preguntaba sobre la fiesta. Ese día es el más bonito de la fiesta, -continuó con unos ojos llenos de recuerdos que se perdían en la copa de los recientemente recortados árboles de la plaza-, ese día siempre viene el señor obispo de Zamora; desde tiempos de don Carlos, y dice mi abuelita que recuerda también a don Esaúl, yo no lo recuerdo, pero del que sí puedo hablar es de don Javier. Éste será su 4to año en los días “dos”, sí, 4, porque dice el periódico Mensaje que ya cumplirá 5 para julio en esta diócesis de Zamora, si hubiera llagado en Mayo este sería también su 5to aquí, pero como llegó en Julio… La “bajada” es como a las 4:30: Lo sacan del nicho, lo limpian cuidadosamente, Dios quiera que el padre Belmontes nos dure mucho, porque él es de los que está más cerca en esos momentos, y como es nuestro paisano, el Santo Cristo está en buenas manos, ¡como si fueran las nuestras, las de todo el pueblo pues!; le cambian el cendal le acomodan la peluca y la corona y esperan una señal de alguien de fuera para que cuando la peregrinación de ese día, que entra del “hospitalito”, de vuelta por la Madero salgan el señor cura, los padres nativos del pueblo: Belmontes, Armando el de Teresa y Fernando Quevedo, los de la Guardia, los de la banda y la danza para unirse a la peregrinación y dar el tradicional recorrido. En esos momentos que van con el Santo Cristo yo me tengo que quedar a arreglar todo para la misa de la llegada, que es alrededor de las 7. En ese momento es cuando llega don Javier, el señor Obispo, de sotana negra con muchos botoncitos de cabeza redonda color rosa que recorren de manera vertical por el frente su sotana, me pide una estola y se pone a confesar, ¡como cualquier vicario!, esperando la llegada de Santo Cristo.

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