Por: José Antonio López Aguilera.
Hola amigos lectores de nuestro Semanario El Águila del Río Lerma, esta semana reflexionaremos sobre dos valores que son fundamentales para ser mejores en la vida diaria; la Espiritualidad y la fe. Vamos a conocer un poco de ellos.
Si tu diario te parece pobre, no le culpes a él, acúsate a ti mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir tus riquezas. Para un espíritu creador no hay pobreza, ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre ni le sea indiferente.
Decía el escritor francés Victor Hugo, que el cuerpo no es más que apariencia y esconde nuestra realidad, que es el alma.
El factor espiritual se ha desdibujado bastante en este mundo material en el que vivimos, donde el dinero es el señor absoluto; la economía parece importar más que la gente, y valoramos a los demás no por lo que son, sino por lo que tienen.
Es el espíritu el que contiene nuestros valores, nuestros recuerdos, todo aquello que atesoramos, y que no tiene precio.
Ser materialista puede tener ventajas prácticas, pero nada impide que cuidemos también nuestro espíritu y comencemos a fijarnos, desde hoy, en las cosas que son verdaderamente importantes.
No sé vivir sin la fe. La fe es el conocimiento del significado del alma humana. La fe es la fuerza de la vida. Si el hombre vive, es porque cree en algo.
Todos hemos escuchado ese dicho que reza: "La fe mueve montañas". Y en verdad es así, no en un sentido literal, claro, sino en uno figurado. Esta frase habla de la fuerza de la fe para sortear obstáculos, para dar a nuestra vida un significado, para fortalecer nuestro espíritu.
La fe puede lograr las cosas más increíbles. Puede curar al enfermo, puede rescatar a quien se halla en la más profunda depresión puede devolver la esperanza, puede sostenernos cuando sentimos nuestra propia fragilidad.
Más que un valor, la fe es el sustento de los valores. Más que una virtud teologal, la fe es lo que el alma necesita para recorrer con éxito su camino terrenal.
Una persona que no tiene fe es como un cuenco vacío. Porque los seres humanos necesitamos creer en algo: en un Dios, en una esperanza, en una persona, en el amor, en la bondad, en la paz.
La fe es, como decía el sacerdote y predicador francés Henri-Dominique Lacordaire, "la puerta sacra por la cual pasan todas las virtudes".
Pero sobre todo, es necesario tener fe en nosotros mismos. Esto tiene que ver con la autoestima, con aceptarnos como somos, con saber de lo que somos capaces y confiar en que podemos sobreponernos a todos los dilemas y obstáculos que el destino nos planteé.