Francisco Morelos Borja
El efecto de toda civilización llevada al extremo es la sustitución del espíritu por la materia y de la idea por la cosa. Teófilo Gautier
El uso del término desarrollismo surgió en los primeros años de la segunda mitad del siglo XX, como respuesta a los daños económicos que ocasionó la segunda guerra mundial, sobre todo en países europeos, pero también con repercusiones en otros continentes. Se generó, entonces, una preocupación mundial por el desarrollo de las naciones. En las décadas siguientes, al enfoque del desarrollo que se centra en el crecimiento económico relegando otros objetos sociales se le ha denominado desarrollismo. Bajo este concepto se supone que la mayor preocupación de la política, para generar bien común, es la expansión de la economía y que quedan subordinadas a esta apuesta el resto de las preocupaciones o necesidades sociales.
En una primera fase, el desarrollismo apostó a una industrialización que condujera a la autosuficiencia económica creando un clima propicio a la inversión extranjera, sin embargo no se obtuvieron los resultados esperados, por ejemplo en Brasil y Argentina en la década de los 60’s. Una segunda fase la constituyó la Alianza por el Progreso encabezada por el presidente norteamericano John F. Kennedy, que proponía una reforma social regional y un crecimiento económico planificado. La intención era elevar el ingreso per cápita y mejorar su distribución a través de la disposición de créditos blandos para soportar proyectos latinoamericanos que contribuyeran a acelerar la industrialización y aumentar la productividad agrícola entre otros, de tal modo que fuera posible hacer ajustes fiscales y democráticos. Diversas circunstancias, como la inestabilidad política y hechos violentos en el área, impidieron que estos objetivos fueran alcanzados. La desigualdad y la pobreza fueron las realidades que desde entonces se fueron instalando para prevalecer a lo largo del tiempo, en mayor o menor grado, en los diferentes países de la región.
Aunque esta forma desarrollista de estimar el progreso social pareciera superada, en la práctica muchas de las opiniones o de los “análisis” políticos se hacen bajo esta perspectiva. Reflejo de ello es la casi absoluta importancia que se le da, por ejemplo en México, a los altibajos de las tasas de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB).
Esta visión implícitamente conlleva el sacrificio de la equidad en el reparto de los beneficios que generan las actividades productivas de la sociedad. Los parámetros que se utilizan para medir el desarrollismo o -básicamente- el crecimiento económico, son meramente de tipo cuantitativo, además casi siempre están referidos a demarcaciones amplias, lo cual no permite, por un lado, evaluar en forma particular el estado que guardan la mayoría de las necesidades sociales y, por otro, identificar grupos que pueden estar -en diverso sentido- al margen de la dinámica económica. Más aun, con frecuencia las políticas -o las opiniones- desarrollistas suelen basarse en modelos de crecimiento de países capitalistas avanzados que, en la práctica, suelen resultar inoperantes dado el contexto sociocultural para las naciones rezagadas como nuestro país.
Ante esta situación y partiendo de visiones humanistas, diversas corrientes de pensamiento han elaborado propuestas que procuran responder de forma integral -no sólo desde la perspectiva del crecimiento económico- a la exigencia de desarrollo y de mayor justicia social.
Entre estas destaca el humanismo político, el cual se abreva tanto del pensamiento liberal como de la doctrina social de la Iglesia. No se trata propiamente de una ideología o una filosofía, sino de una propuesta que fundamente y estimule la acción social. Este enfoque tiene como punto de partida y pivote de sus consideraciones a la dignidad de la persona humana.
Los principios del humanismo político son: la preeminencia de la dignidad de la persona humana -como ya se dijo-, la solidaridad, la subsidiariedad y la búsqueda del bien común. Estos principios básicos se complementan con otros, tales como el destino universal de los bienes, la participación ciudadana, el valor de la familia, así como la verdad, la libertad y la justicia.
Así, se considera que todos los elementos que integran la sociedad, sea universal o sus formas particulares, finalmente sirven a la persona humana, individual y concreta. Que en términos absolutos el hombre se organiza en sociedad para sí mismo y en términos relativos la sociedad hace al hombre. En esta visión, finalmente el hombre es libre, tiene su propia dignidad o valor por encima de lo que la sociedad le ofrece, ya que de hecho es su autor.
Para este humanismo, lo que constituye el bien común de la sociedad, no es solamente el conjunto de bienes o servicios de utilidad pública. El bien común comprendería algo más profundo, la suma, o la integración sociológica de todo lo que supone conciencia cívica, de las virtudes políticas y del sentido del derecho y de la libertad con el objeto de encontrar alternativas de desarrollo integral de la familia humana, para alcanzar comunidades justas y solidarias que se caractericen por un talante tolerante, pluralista y no confesional.
Este enfoque, además de reconocer el enorme reto que actualmente significa combatir a la violencia y a la delincuencia organizada, considera prioritario luchar en contra de las desigualdades, la falta de oportunidades, el desempleo y la pobreza a través de vías diferentes a los modelos de desarrollo meramente economicistas.
La propuesta humanista pretende que la forma como se distribuyan los beneficios del progreso, genere calidad de vida para todos y cada uno de los integrantes de la sociedad, al satisfacerse las necesidades fundamentales del ser humano, como lo es una vida prolongada, saludable, creativa y trascendente en comunidad, que no falte educación, estabilidad económica y justicia social.
Lamentablemente llevar a la práctica estos principios ha resultado especialmente complejo y difícil en nuestro país, independientemente de quien gobierna -los tres principales partidos políticos han tenido sus oportunidades-, quizá por como alguien dijo ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1965: “…el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia que, bien utilizados, podrán por el contrario resolver muchos de los graves problemas que afligen a la humanidad. El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas…”