09 mayo 2012

Olía a azufre


Por Falcón.

La procesión con la imagen peregrina de la virgen estaba por la calle del “peleche”. Miles de gentes acompañaban al sr. cura que al lado derecho, 3 pasos detrás de la Imagen llevada en andas, con su rostro serio pero sereno, participaba en su primer año en esta fiesta de la parroquia. Confeti, vivas, porras, cantos, algarabía, rostros llenos de emoción y ojos desbordantes de lágrimas, debido a aquella alegría. Paisanos llegados la unión americana con sus sombreros de muchas equis, botas picudas, grandes cadenas de oro al pecho y una sonrisa rebosante por volver al “terri”.

-Señor cura, éste es mi hijo Caín, tenía 5 años sin venir. Salúdalo hijo.

Cuando el hombre de rostro sereno y ojos profundos me saludó desde la acera de la calle, sus manos estaban sudabas en aquel junio. Olía a pólvora por los cohetes, pero en ese instante me llegó un fuerte olor a azufre, al instante no supe de donde venía, después sí.

Llegó la procesión, celebré eufórico la misa. Cansado del novenario alrededor de las 9 de la noche, pedí al grupo musical que amenizaría la tertulia me prestaran el micrófono para pedir a la gente  mesura en sus alegrías, evitar excesos, les di la bendición y me fui a descansar a la casa parroquial. A eso de las 11pm estaba al borde del mar de los sueños cuando sentí que una mano me arrojaba de nuevo a la playa, a una playa de dolor que teñía sus arenas por una marea color escarlata. La mano era la me mi sacristán que a golpes estaba a punto de derribar mi puerta. Abrí los ojos, encendí la luz, me vestí y acudí al llamado.

-Lo mataron, lo mataron señor cura, mataron a don Abelardo, don Abelardo el encargado del comité de la fiesta…

Mi sacristán seguía gritando ante mí. Los ojos se me llenaron de tristeza, rencor, llanto. Después de unos profundos segundos, no le pregunté, lo afirmé: Fue Caín Ferro.

-¿Cómo lo supo? Sí fue él.

-Fue él.

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