20 febrero 2012

Desierto

Por Falcón

Cuando era pequeño en casa ni pensar en tener una gama de 50 o 100 canales de TV para disfrutar, en una tarde lluviosa en familia, una película fascinante, una serie de TV que te mantuviera en suspenso o un documental interesante en los canales a los que tenemos acceso hoy en día con nuestros tolerables servicios de cables o de TV satelital. Hoy me fascino, me divierto y aprendo junto con mis “aguiluchos” viendo un documental del “desierto”. Contemplo junto con ellos los comentarios acerca de las extremosas temperaturas que se presentan en menos de 12 horas en ese lugar, la escasa diversidad de flora y fauna, y cómo puedes convertirte en víctima mortal en el “desierto” si te internas en sus territorios sin las debidas precauciones.

Un poco antes de terminar dicho documental apagué la TV, -recibí por dicha acción airados reproches de todos los miembros de mi familia-, les pedí su atención, invité a que tomaran su mejor posición, porque estaba a punto de contarles una abrasadora historia del desierto. Contemplé miradas incrédulas y fastidiadas, pero estaba confiado que después de no más de 30 segundos tendría a todo aquel intemperante público atento a mi relato.

El desierto es más que lo que ustedes ven en un documental. Es más que arena, abrasador sol, gélida noche. Es más que especies sorprendentes y ciclos precisos, más que carroña, que sigilo, más que asecho y desvarío. El desierto es un estado del alma vital para crecer, donde pocos entran, no todos salen, pero el que sale vuelve fortalecido a su breña, a su labor, a su huerto con una sonrisa en los labios y una canción al corazón. El desierto es impotencia frente a entes superiores, es desnudes de tus modas y colores, es abandono, es muerte, descenso, infierno. El desierto es sed, desgarrar de entrañas, silencio. –Ellos me miraban con ojos engrosados-, el desierto es necesario en el ecosistema, pero más necesario en nuestras vidas.

Es necesario momentos de desierto en nuestras vidas, revisas nuestro huerto y cortar la maleza que, en otros tiempos nos llenaba de orgullo. Es necesario entrar al desierto, tener sed para valorar el agua que placenteramente ahora me tomo, tener frío para valorar sus abrazos, estar solo para agradecer al cielo su compañía.

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