17 abril 2012

“Candil de la calle…”

Por Falcón

La semana pasada experimenté al máximo este refrán en mi vida. En menos de 6 horas pasé de ser el mejor amigo, a ser el peor hermano. Comí con un amigo de la facultad al que he escuchado en momentos sombríos de su vida, y que sabe que siempre estoy para cuando me necesite. Varias veces me marcó a altas horas de la madrugada, estaba llorando, y me contaba de su ansiedad y desesperación que lo llevaban a un vacío, a un sin sentido de la vida. En esos momentos, más que tus palabras, el amigo necesita tus oídos, tu silencio, ojos bien abiertos, corazón a flor de piel. Así lo hice y José,-así se llama mi amigo- hoy en día se encuentra mejor. El martes anterior fui a visitarlo y después de platicar y de ir a comprar unos huaraches, nos dirigimos a comer a un restaurant de platillos deliciosos en Sahuayo. Un grupo de música versátil llegó hasta nuestra mesa a cantar media docena de lindas canciones, y una, y otra ronda de cervezas obscuras, llevó nuestra tarde a ser una de las mejores de mi vida. Él llegó a decir que la amistad de éste, su humilde y emplumado servidor, era para él: ¡un lujo! Me sentí el mejor de los amigos, la mayor amistad, la mejor compañía. La tarde terminó cuando lo pase a dejar a su casa, salió la mamá de José, la saludé efusivamente y me despedí de ellos entre abrazo, antes de poner en marcha mi coche él me acercó por la ventanilla como regalo una botella de un exquisito mezcal que aun el día de hoy no abro.

Por la tarde, no dormí en mi nido, quise pasar esa noche en casa de mis padres, ya que mis hermanos estarían gracias a sus vacaciones con ellos. No podía dejar de pasar una oportunidad como esta para estar: “en casa” y ahora hasta “en familia”. Pero era de noche y desde que llegué comencé a fastidiar a mi pequeño hermano con comentarios tontos y burlas sutiles pero perceptibles, mis padres y mi hermana lo notaban, pero no se atrevía a decir nada. Después de la plática larga al terminar la cena, fuimos a dormir. Todo parecía una escena común de familia ejemplar. Al despertar, las risas, de nuevo los fastidios y exigencias de mi parte hacia el menor de la parvada. Luego el desayuno y de nuevo el comentario, y ahora sí la explosión, la ruptura, la respuesta, molesto me contesta. Parece que a esos segundos no siguiera nada en el ambiente, que los movimientos eran lentos, dolosos, hirientes. Él se levanta de la mesa, lanza una respuesta a la ofensa, se va, y yo me quedo en silencio, sólo con ellas, solo, sin él. Me justifico, se quiebra mi voz, salen 3 gruesas lágrimas de mis ojos, -2 del izquierdo y 1, ¡pero grande!, del derecho-. Me levanto de la mesa. No digo más. Doy un fuerte abrazo a mi madre y otro a mi hermana. Subo, sin decir más, al coche. Hoy no quiero oír música, hoy sólo lloro: soy candil de la calle y obscuridad de la casa.

Ha pasado casi una semana, le pedí perdón a mi hermano por el Facebook. Sé que necesito platicar con él más sobre el tema. No soy en lujo de amigo, como se refería José hace una semana, pero tampoco soy el peor de los hermanos. Necesito que la luz que irradio hacia fuera, también bañe el ámbito de mi vida familiar, también iluminé a los de mi casa.

No hay comentarios: