Por Falcón.
Como el relato bíblico del Génesis, este
también es uno de hermanos. Los que venimos a este mundo y la abrir los ojos a
la luz sin mezcla de tinieblas nos encontramos con uno a dos pares de ojos expectantes
y amoroso, -en ocasiones también con celos y molestia-, que nos esperan, o que
estamos del otro lado de la cuna como seres expectantes y curiosos, somos
afortunados por ser y tener un hermano. Este habría de ser un derecho: toda
persona tiene derecho a tener un hermano, y anejo a este derecho tiene la
obligación de ser “hermano”. La pregunta del Creador en dicho relato de la
historia Sagrada, interpela, carcome, barrunta, se ahonda, penetra hasta lo más
íntimo del alma: “¿Dónde está tu hermano?”. En respuesta viene la contestación
tonta, la desfachatez, la salida fácil e irresponsable, y para colmo, con otra
pregunta ¿quién responde con otra pregunta?: “¿acaso soy el guardián de mi
hermano?” Si somos guardianes de la humanidad, desde luego que lo soy de mi
hermano.
Jaimín nació primero. Mi abuela, -oo,
perdón-, su madre apenas tenía 15 años cuando dio a luz a su primogénito en la
vieja choza de Petra Gamma, la partera del rancho. Petra era una mujer
enigmática, atrayente, un tipo de bruja buena vestida de café. Fumaba media
cajetilla de “Delicados”, los cigarrillos más baratos y de sabor más fuerte que
hasta el día de hoy se han liado en México. También cantaba con una voz
cavernosa sentida mientras tocaba una
vieja guitarra pulsándola con los dedos de su palma derecha vieja, callosa,
morena y de uñas gruesas y amarillentas de donde emergían una venas entre
turquesa y marino que parecía continuación de las cuerdas, mientras su
izquierda amagaba arriba del diapasón como compuerta las mismas, cambiando de vez en vez la posición. Esas
mismas manos eran de partera para esperar, en el mejor de los casos a las
criaturas de las madres de 4, 5, o 6 parto, o arrebatar literalmente a los
vientres de la “primerizas” un pequeño que se obstinaban en mantener dentro.
-Ay Tela, Telita, ¡cuánto hace que Merced te
paría en esta misma pocilga!, y estas manos un poco menos torpes te recibieron,
y ora, mírate, aquí tendida jadeando con una criatura a la puertas de esta
vida, de esta muerte, de esta canción, que perra suerte”.
Estela yacía en el petate cubierto de una
cobija y sábana limpia. Petra acerca una cubeta con agua caliente, una
palangana, unas vendas de manta, metriolate, tinta morada, alcohol de caña,
aguja, hilo. Gritos de la primeriza, Petra da un buen toque a su cigarrillo
antes de tirarlo al suelo. Está tranquila, sabe lo que va a hacer.
-Con este que viene el camino ya van…
¿cuántos?, ¡va!, no sé cuántos chiquillos he rescatado de la muerte primera a
la vida, a esta vida que al fin y al cabo también es muerte. Muerde esta garra
y puja fuerte allá vamos.
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