07 febrero 2012

La Maleta

Por: Falcón

Confiaba en la ampliación de la carretera, y estaba en lo cierto. De Ocotlán hasta el crucero de Santa Rosa se recorre en menos de una hora, y de ahí a la entrada al Aeropuerto Internacional de Guadalajara no distaban más de 20 km, -20 km a 80km/h-, en 15 o 20 minutos estaré dándole un fuerte abrazo y un gran beso a la flaca. Confiaba, pero la confianza no lo es todo, -nuestra confianza habría de llevar en su maleta una muda de sospecha y un abrigo de malicia-. Ahora que pienso en abrigo, -¡ya hace más frío!-, más no soy de los que a las buenas de cambio encienden el aire acondicionado. Disfruto el clima mientras conduzco. Si hace calor bajo la ventanilla de mi lado para sentir el calor en la cara como compresa caliente de barbero en el rostro, si hace frío saco el brazo y colocados los dedos a una como punta lanza y juego al “delfín” como si la resistencia del viento fuera un mar en calma surcado por mi delfín que unas veces se desliza como saeta debajo del agua, y otras salta intempestivo y sonriente a la superficie, luego regresa y vuelve a saltar… Del aire que entra por la ventanilla a esta hora de la mañana me lleno copiosamente los pulmones ¡mhsssss-shhhhhh! Y otra vez ¡mhsssss-shhhhhh!

Nada obligado aparcaría el passat para comprar en esa tienda de conveniencia otro café caliente; el que contenía mi termo, que ahora yace vacío en el portavasos, hace más de 5 canciones ya circula por mis sentidos y alientan mi canto: “Más de cien palabras, más de cien motivos, para no cortarse de un tajo las venas…” Me gusta mucho una versión de esa misma canción de Sabina donde cambia todos los versos de la versión original y sólo deja el estribillo. Yo podría cantar: –bajo el sonido al autoestéreo, dejando solo escuchar una guía de la melodía-: “Tenemos camino, tenemos llegada, tenemos mil modos de cruzar la meta; camisas de lino, calientes frazadas, amores pa´ todos, carnet y maleta”. Compraría otro café pero se hace tarde.

Me encanta este Aeropuerto de Gdl: es perfecto. No es miniatura como el de Morelia ni laberíntico como el de DF, no tiene los carritos de conexión como el de Chicago, es perfecto, ok, ok, para no ser tan pretencioso diré: me gusta. De aquí donde acabo de dejar el carro no dista ni 100 pasos a donde está la puerta de los arribos internacionales. ¡ah!, casi lo olvido, -doy vuelta en U, regresó hasta el carro y saco de la cajuela mi última puntada-, me visto con la levita y la birreta que alquilé para parecer un auténtico chofer; desenrollo la cartulina que funcionará de cartel improvisado para recibir a mi flaca, de hecho así se lee en mi cartel: “Srita. Flaca, LE AMO”.

Es la hora y ya se anuncia en la pantalla de arribos el vuelo de mi amor. Es la hora, pero estamos en el tiempo, más que d.C., d.11s, esto implica cerca de una hora de revisiones, puertas, escaleras, bandas para recibir las maletas, semáforo de aduana, y ¡por fin! la puerta de salida a este lugar donde se encuentra ahora este “falso chofer” entre un centenar de familiares ansiosos y enviados con desanimo en espera de los pasajeros del AA 2701 LAX-GDL. En este viene mi flaca. Entra una abuela que tiene más pinta de actor que ese moreno con rastas al que 5 o 6 chicas le piden al borde del clímax un autógrafo, entran varios hombres que parecen empresarios, lo sé porque sus trajes baratos y corbatas de mal gusto los delatan, un ¡luchador de WWE!, una linda pareja con dos pequeños angelitos, 3 de “alzacuellos”, 5, 13, 21, 22, 27, 35, 41, 53…. y mi flaca no aparece, 120, 123, 138, 169, -ya llevo mucho contados y comienzo a desesperar-. Cada vez son menos los que salen por esa puerta, uno más, dos solos, allá viene otro, ¡oo!, ahí bien por último el capitán, el copiloto y las chicas sobrecargo con sus cursis maletas de llantitas, y nadie más. Ya es más de hora y media, salieron todos menos mi flaca, la pancarta, por los nervios, ya la he convertido en basura, me quito la ridícula birreta, que ahora toma el lugar de la pancarta entre mis acuosas manos. ¿Qué hago? Recuerdo que en el bolso derecho de la levita llevo las llaves y el móvil. Meto la derecha a toda prisa y cuando comienzo a teclear tembloroso un mensaje, siento que alguien toca mi hombro izquierdo: es mi flaca. A toda prisa giro en mis talones para abrazarla, tanto que el Nokia se estrella contra el piso fragmentándose en más de 3 partes, de eso no me percato hasta después de darle un fuerte y querer besarla noto que está triste y que sus ojos han llorado antes de media hora. –¿Qué ocurre amor? –Mi maleta no aparece. -¿Eso te pone triste, eso te hace llorar?, ¡tristeza sería que mi amor no apareciera!, maletas es fácil encontrarlas, un amor como tú: imposible. Vámonos, pero antes te invito a que pasemos a comprar un café, te hará muy bien, yo te acompaño con otro.

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