13 marzo 2012

Después del Miedo

Por Falcón

Comencé a leer una novela de lectura apasionante, misteriosa y llena de suspenso, se llama “La historiadora”, de Elizabeth Kostova. Cuenta sobre un investigador en historia apasionado con la Europa del este en el medioevo, que al realizar una consulta en una vetusta biblioteca de Estambul, aparece encima de la pila de libros que consulta, un libro que nada tiene que ver con su investigación de era de carácter comercial. Es un libro cuidadosamente encuadernado, antiguo, pero con las páginas en blanco, con una extraña litografía en el centro que muestra un dragón en posición de combate con un pequeño estandarte en la garra izquierda con una sola y clara inscripción: DRÁCULA.

No sé en qué termine esta novela de 698 páginas, lo que sí sé es que he sentido de nuevo ese escalofrío por la piel, esa respiración más lenta, el entornar de ojos y dilatación de pupila, -entre otros-, que muchos sentimos en situaciones de peligro, suspenso e inseguridad y que nuestro instinto de conservación nos lleva a sentir eso que llaman MIEDO. El diccionario dice que es una “perturbación angustiosa del ánimo ante un peligro real o imaginario, presente o futuro”. Casi siempre es puntual, instantáneo, cuando la frase o palabra que leemos, el inesperado sonido agudo o grave que escuchamos hace que se mude nuestro estado emocional en una milésima de segundo, de total calma a un estado de intranquilidad y alerta general por una descarga de adrenalina que el cerebro manda a todos los miembros del cuerpo. Ahí es cuando nos comemos las uñas, cuando cerramos los ojos, levantamos las manos, abrimos la boca, entornamos los ojos, cuando ´se nos cae la baba´, cuando gritamos con monosílabos, nos tiramos del cabello a dos manos, nos sentamos ´al filo de la butaca´, cuando nos metemos debajo de las cobijas, no queremos salir del cuarto…

Pero el miedo también es angustia, opresión del corazón, y esto no de instantes, no de segundos, no de 90 minutos en una función de terror, sino de días esperando una noticia, guardando más de 30 hojas de un calendario, de miradas inquisitorias en domingo, de risas que acuchillan en lunes de oficina, de dedos como sagitas que se te clavan provenientes de seres enmascarados que bien conoces en martes de carnaval, de jefes maquiavélicos que te llaman a su oficina en miércoles, de jueves sin ´hora santa´, con miedo el mundo siempre es Gólgota en viernes, con miedo el sábado es mezquino…

…y pasados los días, si el miedo no se disipa, la desesperanza nos muerde, la sinrazón nos invade y el mismo cerebro que había mandado una señal a todo el cuerpo para alentar nuestro miedo, se olvida de mensajes, se deja de misivas, no vuelve su paloma, se van con sus maletas… …y te quedas sin ti, y te olvidas de mí, de él de ella de todos por un maldito miedo que tú y yo podríamos erradicar, arrancar y exterminar de entre nosotros. ¿Cómo?

El miedo, esa miserable perturbación viene a nosotros de fuera, es causada por factores externos y encontrar solución puramente interior, personal, unilateral es egoísta, parcial, limitada. El miedo a la oscuridad lo enfrente al el niño del brazo seguro de su padre, el miedo a la soledad lo erradicamos de nuestra vida en la compañía de un amigo, el miedo al mal lo combatimos buscando el bien común, el miedo a la muerte se disipa cunado vivimos consciente y fructíferamente esta vida en plural, en sentido oblativo, en entrega y trabajo convencido con el otro.

Cuando buscas disipar los miedos ajenos, los tuyos son menos.

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