Por Falcón
Una pequeña de 3 años bailaba en la plaza. Frente a sus padres que apasiblemente sentados, en un domingo por la tarde, flanqueada por las palomas, muchas blancas, unas pintas y otras negras, bailan. Levantaba un poco la derecha, enseguida la unta de la izquierda atrás, cadera cadenciosa dos veces a la derecha, vuelta, salto y vuelve a empezar. Los demás niños juegan, corren, cantan, sus familiares platican, ríen, ella baila. No hay música, no hay compases, no hay mezcla de sonidos y silencios, no hay ritmo, ese lo lleva dentro. Ella baila llena de contento, no para conseguir aplausos, no para ganar un premio, sólo disfruta bailar.
Hace unos días asistí a un baile de a favor de una obra de caridad. A él asistían parejas, casi todas mayores, todos bailaron sin ningún afán de presunción o distinción, sólo bailaron, disfrutando la sensación de libertad, de movimiento, de vida. Baila, baila, baila. Desde la primera pieza hasta la “oootra, oootra, oootra” del final todas bailaban.
Éste falcón también disfruta bailar. Recuerdo aquel salón de baile improvisado de mi rancho, donde me armé de valor y bailé. Hasta el día de hoy que ya mis rodillas no responden como antes, cuando se presenta la oportunidad bailo con la concentración de aquella niña de la plaza, con la dedicación del bailarín, con la desfachatez del borrachín, con la soberanía de la quinceañera, con experiencia de los abuelos, bailo.
Bailar es edificar risas, bailar es urdir salud, es embriaguez sin alcohol. Bailar es sembrar quimeras, bailar es goce de doncellas, es la bebida púrpura de Hans que al tomarla se sienten cientos de sabores por todo el cuerpo: grosella en la nariz, arándano en la rodilla derecha, mora en la pantorrilla, guayaba en la frente, fresa en el dedo gordo del pie izquierdo…
Hemos bailado “las calmadas” y las movidas, “con la más fea” y ella, de día y de noche, de alegría y despecho. Bailé contigo, con ella, con otras. Bailamos por obligación como el papá de la novia y por invitación como mi primera vez, de uno de dos, de tres, “en bola”. Bailamos rumba caliente, zamba mulata, cumbia caleña. Bailo merengue en tus labios, salsa en tus manos, folclore en tus pestañas, banda en tus botas, bachata en tu ombligo…
“Que el fin del mundo te pille bailando”, “bailar es soñar con los pies” tan solo una muestra de lo que es bailar, de pluma y labios de Joaquín Sabina. Que nunca llegue la última pieza, que no se muera el sonidero, que no ensordezca el pandero. Que la guitarra tenga cuerdas de repuesto, que la bajo siga dando graves sanos, que el acordeón alimente como fuelle esta fogón de mi alegría, que nunca se cansen mis rodillas, que sienta en mi pecho esta algarabía, para siempre bailar, para que sigas bailando. Baila, niña baila.
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