27 marzo 2013

¿Has visto a Falcón?


Por: Falcón.

Abrí la puerta. Tarareaba un soundtrack de “Django”, la película que la noche anterior había visto. Entré, pero no vi nada, la menté arrebató a mis ojos toda percepción, color, fragancia, tufo, Falcón no tiene comida, pensé, y en apenas pensar di vuelta sobre punta del pie izquierdo y talón de derecho, cerré de golpe la puerta, caminaba por la acera con un pandero imaginario en la mano derecha que golpeaba cada 1 y 3 en la izquierda sobre un copas de 4/4 y mi  “Ouuu, Ouuu” de Freedom de dicha película de negros, negras, todos esclavos, y libertad. Llegué a la carnicería a comprar un cuarto de carne molida de res para mi hermosa ave carroñera. Al regreso recordaba aquel verano pasado que regreso del viaje a la playa, al aparcar el Passat en un acotamiento de la carretera antes de llegar a Infiernillo, me bajé a orinar, qué placentera sensación, el calor no importa cuando descansas, me subía la cremallera del pantalón, y miraba con desdén aquella zona casi desértica, ¿Quién se atreve a vivir en un lugar así?, qué digo vivir, ¿quién se atreve a pensar un lugar así? me dije sin pronunciar palabras. En aquel silencio que ardía, oí un sonido agudito que provenía de la falda de aquella montana pelona que distaba como 20 pasos de la cerca de alambre a la orilla de la carretera. La crucé, corría hacia donde manaba el sonido y en el suelo encontré un aguilucho que torpemente trataba de remontar el vuelo, lo observé por unos minutos, no lograba remontarlo, quizá era su primer vuelo, cuánto miedo soltarte, cuánto pavor comenzar sin ningún sostén más que la neófita voluntad, y caer, sólo caer, solo caer. Miré al horizonte, no había nada, únicamente de vez en vez pasaban otros coches, que a más de 120 km/h iban a la playa y como yo, que a no menos de 140 regresaban. Arriba el Sol era testigo mudo, viejo cómplice de lo que planeaba hacer. Sí, ya sé que a Rojas y Aarón una vez de regreso de Caleta casi los meten a la cárcel por llevar una Iguana que habían atropellado en el camino. Tomé en mis manos a aquel avechucho de plumas plateadas, crucé la cerca, subí al coche y continué el regreso a la Ciénega con un nuevo amigo. ¡Falcón!, ¡Falcón! Mira lo que te traje, carnita fresca, recién molida. Quizá está debajo de la escalera, cavilé, entré al baño del patio de servicio a orinar, ¡qué placentera sensación!, salí, lavé mis manos, deposité la carne en el recipiente favorito de Falcón, saqué de la bolsa del pantalón el silbato con el que lo llamaba, nada. ¡Falcón!, ¡Falcón!, ¡Falcón!, nada. Me senté a llorar en mi pequeño jardín, ya casi es primavera… Llegó conmigo en verano, ¡qué tonto soy!, olvidé porqué lo conocí, porqué estuvo en mi casa: era pequeño, eran débiles sus alas, hoy es grande, hoy Falcón ya es fuerte, sabe volar. Eso lo comprendo, pero ¿quién me quita esta tristeza?, ¿quién mitiga mi dolor?, tantas historias, tanto cariño y voló. No creo que haya ido muy lejos, si lo ves en los trigales a punto de dorar, no lo mates, tráelo por favor te lo recompensaré, si lo encuentras revoloteando sobre lo verde de la alfalfa no lo espantes, nunca ha visto lo hermosa de esta tierra, no conoce estos colores, todo esto es nuevo para él. Aunque pensándolo bien, nunca volverá aprendió tanto de mí, no tengo nada más que enseñarle. Vuela Falcón, vuela, a otras tierras, a otros aires.

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